Si te cuento esto es sólo porque en este mes y medio te he cobrado aprecio y no quiero que ni tú ni los tuyos acabéis mal. Haz que tu hermana se deshaga de él, Carlos. Que lo despeñe por un acantilado, o que envenene su comida. Lo que sea, pero que se deshaga de él.
Yo tenía un gato como ése. Quiero decir que Paula lo tenía y, por extensión, yo también. Se lo regalé cuando aquel doctor nos dijo que no podíamos tener hijos. Yo temía que mi mujer cayera en una de esas depresiones de las que se sale con sobrepeso y adicción al Prozac, de modo que me escapé de casa se lo compré en la tienda de mascotas del pueblo.
Por entonces llevábamos... Déjame pensar... Unos tres años liados, más dos de novios... En total cinco años juntos. El entresuelo que habíamos comprado en las afueras, cerca de la fábrica, estaba ya casi completamente amueblado. Teníamos televisor, tres lámparas y un DVD de esos con siete altavoces que, si quieres que te diga la verdad, son el mayor avance de la humanidad desde que se inventaron los condones lubricados.
Aquello sí que era como estar en el cine, y no la mierda que nos ponen aquí los viernes por la noche. En fin, lo que quiero decir es que lo teníamos todo, ¿vale? Y que podríamos haber continuado así por los siglos de los siglos de no ser porque un día vuelvo de la fundición y Paula me sale con que quiere un crío que lo ha estado pensando y cree que es el momento adecuado Y yo con los ojos como platos. ¿Qué me estás contando? Si a ti nunca te han gustado los críos. Sí que me gustan, sólo que no podíamos tenerlos, pero ahora... Ahora, ¿qué? Bueno, ahora que nos sobra una habitación y tú tienes trabajo fijo...
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