Quien perdona todo ha debido perdonarse todo
Antonio Porchia
“Esta noche el resfriado habrá pasado” −evita el beso de despedida−. Pero la mancha negra de su antebrazo asegura lo contrario. Apenas sale por la puerta, ella marca el número que aparece en pantalla desde que comenzó la terrible epidemia. “A alguien se le ha ido de las manos”, murmura. Como casi todos, sospecha que esa pandemia mundial ha sido provocada por un virus de laboratorio, un arma química.
Alertado por el ruido, al no recibir respuesta, decide entrar. El cliente está en el suelo, muerto pero sonriente. No me extraña, se dice: sobre la mesa, dinero, diamantes, lingotes de oro… Y una urna cerámica con forma de trono, antiquísima e irresistible. A un lado, Eva ofreciendo la manzana; al otro, Pandora. En las caras restantes, querubines.
Sólo quiere curiosear un poco, echar un breve vistazo al contenido. La tapa encaja perfectamente... Para su sorpresa, en el interior no hay nada. El morador ha huido precipitadamente; demasiado tiempo encerrado. Eso le ha vuelto aún más irascible y virulento: quiere venganza. El Ángel de la Muerte recuerda su primera misión, aquella en Egipto… La vieja anécdota parecerá una broma comparado con lo que se avecina.
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